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Cine y Derecho Romano

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    El azar ha querido que me diera de bruces con un viejo cartel de cine en el que se ve a una Cleopatra, encarnada por la bellísima actriz Hildegard Neil (1939-2023), junto a un Marco Antonio representado por el no menos apuesto Charlton Heston (1923-2008). Ambos aparecen abrazados y llevan sendos cascos romanos,  galeae , coronados por un penacho rojo —el de la reina egipcia— y blanco —el del triunviro—. La película es, claro, Marco Antonio y Cleopatra, de 1972, y fue dirigida por su protagonista masculino. Se basa en el encuentro de ambos personajes históricos, quienes mantuvieron una relación personal y política bien conocida; de la primera nacieron dos hijos en torno al año 40 a.C., la segunda se tradujo en el apoyo financiero de Cleopatra VII de Egipto a las desastrosas campañas de Antonio frente a los partos, poco tiempo después. Lo que llega al cine de todo ello es la historia de amor porque es lo que el público demanda. Las grandes escenas en technicolor y el romance dejan a

Navidad a la romana

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            Un Paraninfo a rebosar fue el regalo navideño que los estudiantes de Derecho romano del Grado en Derecho y de los correspondientes Dobles Grados de la Universidad Pablo de Olavide nos brindaron el pasado 21 de diciembre, en correspondencia al evento que les habíamos preparado: la tradicional conferencia de despedida del primer cuatrimestre. Este año contábamos con la presencia de la Profesora Margarita Fuenteseca Degeneffe, Catedrática de Derecho romano de la Universidad de Vigo, prestigiosa investigadora y docente, implicada asimismo en numerosas entidades culturales. El brillante curriculum vitae de la Profesora Fuenteseca, presentada por el Prof. Bernardo Periñán, la hacía especialmente idónea para poner el broche de oro a nuestra asignatura en este curso. Pero, trascendiendo el ámbito puramente académico, su calidez y entusiasmo ante la invitación del Área, como en otras ocasiones, nos permitió disfrutar de una mañana en la que el Derecho romano desplegó toda su riquez

Derecho romano y fútbol

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  Los romanos practicaban un juego de pelota que enfrentaba a dos equipos por posar el balón al final del campo contrario. No era fútbol, pero servía más o menos para lo mismo, al menos en su origen. El juego se llamaba harpastum y tenía la doble finalidad de mantener en forma a las tropas durante los periodos de ocio en los campamentos y de entretener a los soldados. Ya se sabe del efecto apaciguador del deporte, de la importancia de colaborar con otros para competir y de la necesidad de respeto a unas reglas, aunque en el caso del harpastum eran más bien pocas. La razón de estas líneas no es describir este deporte antiguo, cercano al moderno rugby aunque mucho más rudo, sino celebrar que la Associazione Sportiva Roma —la Roma de toda la vida— haya sustituido la publicidad de sus camisetas por las siglas SPQR. Dicen que no encuentran patrocinador y se han buscado uno en casa, para acompañar a la loba capitolina — L uperca— que amamanta a Rómulo y Remo a la orilla del Tíber sobre el f

Resaca

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  No, no es esa resaca a la que me refiero. También se puede, y se debe, pisar la Feria sin tener que lamentar rebajas cognitivas al día siguiente. La resaca es en puridad el movimiento de las olas del mar después de haber llegado a la orilla. En este caso, el oleaje lo han provocado los más de cien colegas que, desde todo el mundo, llegaron a la UPO para el XXVII Congreso Iberoamericano y XXIV Congreso Internacional de Derecho Romano, a finales del pasado mes de marzo. El mérito es de ellos, vaya por delante. No es cuestión de reproducir aquí la excelente crónica que Anna Karabowicz y Carmen Cortés han firmado en la Revista Internacional de Derecho Romano ( https://doi.org/10.17811/ridrom.1.30.2023.516-531 ), tampoco de repetir discursos ya pronunciados, más o menos convencionales. Éste es más bien el lugar de ver lo que nos ha dejado la marea alta, qué cosas ha arrojado el mar bravío de marzo, ahora que ha pasado un mes y se puede hacer balance desde una cierta distancia. Lo prim

Cuando todo se haya perdido, nos quedará el Derecho Romano

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  No. Esta frase no es de ningún jurista clásico ni de un romanista con muchos años de estudio a su espalda. Ni siquiera de un profesor de Derecho Romano, estudioso de la materia y apasionado del Digesto. La frase es mía, un perpetuo aprendiz con gran curiosidad sobre todo lo que gira en torno al mundo jurídico y al que se le dio la oportunidad hace un año de volver al Derecho Romano. Y escribo volver con intención, con animus . Porque mi aproximación al mundo que nos legó Justiniano, al recopilar todo el conocimiento jurídico clásico, fue como una vuelta al primer amor (Carlos Gardel dixit ). Fue un regreso a aquellas inolvidables clases del profesor Murga, a las cuatro de la tarde y en el Aula III de Químicas de la antigua Fábrica de Tabacos. Clases abarrotadas, porque no sólo acudíamos los pipiolos de primero de Derecho en nuestros primeros paseos por la Facultad, sino también numerosas personas mayores [1] que venían sólo a escucharle y después se marchaban y a quienes, curios

A mis alumnos del próximo curso

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          Mis alumnos del curso que viene están terminando estos días la PEvAU, a la que los de mi generación todavía llamamos Selectividad . Muchos llegan con notas de Bachillerato muy altas y, tras la prueba de acceso, presentarán medias que invitan al optimismo cuando no a la alegría desmesurada. Piensa uno que va a trabajar con el mejor material humano, y es verdad, y que tiene la obligación de estar al cien por cien para corresponder a estudiantes tan potentes. Empleo esta palabra en el sentido filosófico del término, es decir, son estudiantes que pueden llegar lejos, que encierran muchas virtudes académicas. No olvidemos que son tres las potencias del alma que han de ejercitar: entendimiento, voluntad y memoria. «¿Estaré a la altura?, ¿les gustará mi asignatura?, ¿conseguiré mantener su atención durante el curso?, ¿tendré muchos candidatos a la Matrícula de Honor?», me pregunta el profesor que quiero ser. El profesor que soy debe leer este artículo a diario, para no negociar re

Cuando nadie nos ve

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¿Qué hacen los profesores cuando termina el curso y ponen sus calificaciones? Pues, normalmente, estudiar, con permiso de las obligaciones burocráticas, claro. La vida de los profesores cambia radicalmente al terminar el periodo docente, a veces concentrado en un cuatrimestre. El resto del año debería ser para estudiar y publicar, como dice Pomponio que hacía el gran Labeón, fundador de la escuela proculeyana: Totum annum ita diviserat, ut Romae sex mensibus cum studiosis esset, sex mensibus secederet et conscribendis libris operam daret , D. 1,2,2,47, Pomp. enchir ., “Había dividido el año de modo que estaba seis meses en Roma con sus discípulos y los otros seis meses se retiraba y se daba a la tarea de componer sus obras”. Si observamos el texto de Pomponio, vemos que se resalta el deseable equilibrio -incluso temporal- entre las dos tareas fundamentales del estudioso: enseñar y crear. La primera la hacía el jurista en Roma, en pleno bullicio de la Urbe, rodeado de sus discípulos y d