Derecho romano y fútbol

 

Los romanos practicaban un juego de pelota que enfrentaba a dos equipos por posar el balón al final del campo contrario. No era fútbol, pero servía más o menos para lo mismo, al menos en su origen. El juego se llamaba harpastum y tenía la doble finalidad de mantener en forma a las tropas durante los periodos de ocio en los campamentos y de entretener a los soldados. Ya se sabe del efecto apaciguador del deporte, de la importancia de colaborar con otros para competir y de la necesidad de respeto a unas reglas, aunque en el caso del harpastum eran más bien pocas.



La razón de estas líneas no es describir este deporte antiguo, cercano al moderno rugby aunque mucho más rudo, sino celebrar que la Associazione Sportiva Roma —la Roma de toda la vida— haya sustituido la publicidad de sus camisetas por las siglas SPQR. Dicen que no encuentran patrocinador y se han buscado uno en casa, para acompañar a la loba capitolina —Luperca— que amamanta a Rómulo y Remo a la orilla del Tíber sobre el fondo encarnado de su zamarra. Será difícil que no saque la imagen de la camiseta en clase con cualquier excusa, aunque prometo no lucirla en el trance sagrado de la lección.

¿Qué significa esta vuelta a la Roma antigua?, ¿de verdad que no encuentran publicidad para el primer equipo de la capital italiana? Más bien parece que la squadra de la Urbs, a la que hasta ahora representaba en solitario la loba nutricia, se ha dado cuenta de la fuerza que reside en su misma identidad y se abraza al estandarte del Senatus Populusque Romanus como alegato frente a propios y extraños. Por si no fuera suficiente con los hermanos fundadores de Roma, en su emblema desde 1927, se completa ahora el cuadro histórico-deportivo con lo que comúnmente identifica al Estado romano, antes de la irrupción del águila imperial.

Las famosas siglas representan pues a una Roma conquistadora y civilizadora, en la que el Senado, el Pueblo y los Magistrados sostienen una res publica delicada, basada en la mutua dependencia de esas tres instancias de poder. No era un régimen perfecto, pero ni el Senado, ni el Pueblo, ni los Magistrados podían funcionar sin el concurso del resto de los órganos «constitucionales». Para el deporte, quizá el águila habría intimidado a los contrarios con mayor efectividad, sin embargo alguien instruido ha preferido la civilización y ha sabido convencer al resto.

Ese Occidente antiguo es más democrático, en términos históricos, que otros que vendrían después y esas cuatro letras tienen un valor jurídico y político que merecen, como me apunta mi querido colega Joaquín Noval, una cierta reflexión. No sé si la Roma ganará el Scudetto, pero el que acertó a la hora de resumir en cuatro caracteres todo un sistema de gobierno —quizá el más abierto hasta entonces— merece pasar a la historia y no sabemos su nombre. Voy a ver si encuentro una camiseta de mi talla.

                                                                                                                            Bernardo Periñán Gómez 

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