Accidentes musicales
Segundo
cuatrimestre del curso 2024-2025. Derecho comparado y Unificación del Derecho. Los
alumnos están más escépticos que expectantes, y piensan sobre todo en su futuro
profesional. Todo lo demás les estorba porque para ellos comienza la cuenta
atrás. Llueve casi a diario, las clases son el lunes de 9 a 11 y la primavera
sevillana tiene mucho de tentación, a base de interrupciones cuaresmales y
feriales. El curso se puede caer por falta de asistencia. A los más perezosos
les acechan los apuntes de dudosa paternidad, nacidos al calor de una
plataforma que hace negocio con la ignorancia y la galbana, que compra a los
estudiantes como consumidores de un posible suspenso o un aprobado raspado que
debería ser un sobresaliente. Estos “empresarios” deben ser primos hermanos de
los piratas que luego ofrecen por precio un TFG e incluso una tesis doctoral. Que
Dios los confunda. 
La estrategia pasa por ser el mejor profesor posible, es decir, por dar unas clases de calidad que compensen el esfuerzo de desplazarse al campus, quizá para la única clase de ese día. El temario no es denso, siete lecciones todo lo leves o intensas que uno desee. La levedad queda descartada, no nos pagan para eso y es pasaporte directo a la desmotivación. Vamos a la intensidad, entonces. La asignatura no tiene propiamente un manual, aún, pero hay bibliografía más que sobrada y ya se cuenta con cierta experiencia (¿más de veinte años?) como docente de la materia. Uno es incluso investigador en Derecho comparado desde la perspectiva vertical, romanista. No es suficiente. Los tiempos han cambiado y lo que funcionaba hace diez años hoy no es garantía de éxito.
Lo primero es diseñar unas EPD
atractivas, intentarlo al menos. No repetir las del año anterior, que tampoco
nos pagan para eso. Hay que mostrar la utilidad de una asignatura que dista
mucho de planteamientos positivistas (no confundan positivismo y optimismo, por
favor). El Derecho positivo es contingente y quizá sea esa la esperanza de las
nuevas generaciones, además de una de las ideas que sostienen la asignatura.
Son alumnos ya hechos, con criterio, muchos muy buenos y maduros, y hay algunos
con maneras de figura, de los que prometen tardes de éxito. No son clases de primero
para estudiantes recién llegados, muchos trabajan y seguro que tienen cosas
mejores que hacer que venir a escuchar a un profesor haragán. Algo hay que
hacer también por uno mismo, sin regalar aprobados por actuar como bustos
oyentes, por respirar el mismo aire de los lunes primaverales entre Sevilla y
Utrera. 
Es la necesidad la que tiene que crear el
órgano, forzando quizá el fluir natural de las cosas. De tanto fluir a uno le
puede llevar la corriente y más que fluir habrá que espabilar. El segundo paso es
que las lecciones se impartan en un doble formato: el primer lunes se expone el
tema completo, a modo de lección que ojalá fuera magistral; en la siguiente
sesión vamos a tener una lectura comentada sobre el mismo tema. Se trata de
leer a algunos expertos y a cerrar las explicaciones de un modo coral. Pero hay
algo más en estas clases que pueden ser eternas: el Derecho está por todas
partes y también en la música. Cuando uno era más joven no consideraba ni
siquiera la posibilidad de hacer este tipo de experimentos, pero parece que a los
estudiantes les gusta la idea y les crea cierta curiosidad. Supongo que se resignan
a escuchar la misma música que a sus padres (dentro de nada la de sus abuelos):
John Paul Young, Pink Floyd, REM, Hombres G, Sting, Beatles, Supertramp,
Europe, Bruce Springsteen y algunas otras menos identificables. Canciones todas con contenido alusivo al tema
que se expone en clase y que rompen el tedio, o al menos hacen una clase
diferente. La extrema educación de los estudiantes impedía saber si estaban a gusto o hubieran preferido ahorrarse estos cálices. 
Alaska se quedó en el banquillo, quién
sabe si saltará al campo el año que viene. ¡A quién le importa! Al fin y al
cabo, el Derecho occidental es inescindible de la libertad de decisión de la
persona, que debe ser la dueña de su vida y su destino. 
                                                                                                                     Bernardo Periñán 
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