Cine y Derecho Romano
El azar ha querido que me diera de bruces con un viejo cartel de cine en el que se ve a una Cleopatra, encarnada por la bellísima actriz Hildegard Neil (1939-2023), junto a un Marco Antonio representado por el no menos apuesto Charlton Heston (1923-2008). Ambos aparecen abrazados y llevan sendos cascos romanos, galeae, coronados por un penacho rojo —el de la reina egipcia— y blanco —el del triunviro—. La película es, claro, Marco Antonio y Cleopatra, de 1972, y fue dirigida por su protagonista masculino. Se basa en el encuentro de ambos personajes históricos, quienes mantuvieron una relación personal y política bien conocida; de la primera nacieron dos hijos en torno al año 40 a.C., la segunda se tradujo en el apoyo financiero de Cleopatra VII de Egipto a las desastrosas campañas de Antonio frente a los partos, poco tiempo después. Lo que llega al cine de todo ello es la historia de amor porque es lo que el público demanda. Las grandes escenas en technicolor y el romance dejan a un lado las muchas implicaciones históricas que esta alianza tuvo en la realidad y, por supuesto, las mujeres en Roma no vistieron nunca atributos militares, por muy amantes que fueran de Marco Antonio.
El cine es un espectáculo de masas, poderoso y rentable, pero pocas veces resulta fiel en sus planteamientos de fondo. La taquilla manda. Así sucedió en el tiempo de las películas de peplum, que se llaman de este modo en referencia a la túnica griega corta y sin mangas que tanto favorece en según qué casos, y sucede hoy. Entre las recientes, la cinta de romanos más famosa es Gladiator (Ridley Scott, 2000), que contiene un sinfín de despropósitos históricos bien conocidos. Uno de los más evidentes es musical, cuando suenan unos acordes de guitarra flamenca en el momento en que el protagonista cruza los Pirineos en busca de su malograda familia emeritense. El sufrido Máximo Décimo Meridio, al que da vida el enorme Russell Crowe, no pudo consolarse de sus desgracias con un cante flamenco en en s. II, pues el jondo es un género antiguo pero no tanto. Por lo que se sabe de la segunda parte de Gladiator, que tendré que ver con prevención, las licencias son simplemente espectaculares. Sirva también para la anécdota el hecho de que ya hay más de un tierno infante al que sus padres han puesto el bonito nombre romano del protagonista, e impacta oirlo en las piscinas.
Muchas veces, los profesores nos encontramos con que los estudiantes tienen este tipo de información sobre Roma y no saben mucho más. En el imaginario de algunos, los romanos viven tumbados o guerreando, lo que combinan con cierta disolución moral. En esos casos cuesta trabajo deshacer algunos mitos nacidos del poder de las imágenes o de una literatura ligera, aunque una película bien realizada o una novela bien escrita son siempre entretenimientos positivos y hay que tomarlos como tales. Además, hoy es fácil entrar en páginas especializadas que ayuden al espectador o al lector a separar el trigo de la paja, lo que evita errores de base que pueden ser fatales cuando se trata de universitarios. Uno puede esgrimir a su favor un manual en la revisión de un examen, pero no una película o una novela histórica. Con todo, creo que la mejor película sobre cuestiones jurídico-romanas es española y no salen penachos, togas, ni armaduras. Se llama Stico, es del año 1985 y está protagonizada por el simpar Fernando Fernán Gómez (1921-2007), quien da vida a un viejo Catedrático de Derecho Romano que se entrega en esclavitud ante lo corto de su pensión y lo solo que se encuentra. La acción se sitúa en la España contemporánea, pero el negocio jurídico en cuestión se realiza conforme a las normas de la antigua Roma.
Este largometraje fue dirigido por Jaime de Armiñán (1927-2024), a cuya memoria dedico estas líneas como sincero y agradecido recuerdo. Inolvidable es también su Juncal. Ojalá Armiñán hubiera conocido a Hildergard Neil y le hubiera puesto un traje de gitana. Habría estado mucho mejor que con el casco.
Bernardo Periñán
En la elaboración de ese imaginario de la antigua Roma que pasa al cine tuvo un papel importante el turolese Segundo de Chomon, director técnico y de fotografía de la película Cabiria. Se basaba en la iconografía que Gabriele D’Annunzio, un personaje cuanto menos "peculiar", había construido sobre Roma a finales del XIX...o al menos así se explicaba en la publicidad de la película. Seguramente el éxito de esta gran producción, en 1914, contribuyó a que quedasen fijados esos esterotipos de la Roma cinematográfica. Pero "Stico" es otra cosa, desde luego está genial. con una interpreracióin fantástica. Cine español muy recomendable
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