Resaca
No, no es esa resaca a la que me refiero. También se puede, y se debe, pisar la Feria sin tener que lamentar rebajas cognitivas al día siguiente. La resaca es en puridad el movimiento de las olas del mar después de haber llegado a la orilla. En este caso, el oleaje lo han provocado los más de cien colegas que, desde todo el mundo, llegaron a la UPO para el XXVII Congreso Iberoamericano y XXIV Congreso Internacional de Derecho Romano, a finales del pasado mes de marzo. El mérito es de ellos, vaya por delante.
No es cuestión de reproducir aquí la excelente crónica que Anna Karabowicz y Carmen Cortés han firmado en la Revista Internacional de Derecho Romano (https://doi.org/10.17811/ridrom.1.30.2023.516-531), tampoco de repetir discursos ya pronunciados, más o menos convencionales. Éste es más bien el lugar de ver lo que nos ha dejado la marea alta, qué cosas ha arrojado el mar bravío de marzo, ahora que ha pasado un mes y se puede hacer balance desde una cierta distancia.
Lo primero que nos encontramos
sobre la arena, todavía mojada, es que los participantes se han ido
contentos y mandan mensajes agradecidos, lo que se debe al comité organizador
en su conjunto: Anna, Aurora, Carmen, Paco y Ricardo. A cambio, nos han dejado
lo mejor de sí, en lo personal y en lo profesional. Si una mesa era buena, la
siguiente la igualaba o la superaba. Ha habido muchos testigos de ello,
sorprendidos algunos –los más ajenos a la disciplina‒ por la fuerza y la madurez
científica de los planteamientos de cada uno. También por su complejidad, que
suele persuadir a quienes tienen un conocimiento ornamental del Derecho
romano.
Lo segundo es la atmósfera de camaradería y amabilidad que ha presidido cada momento del Congreso. El campus de la UPO –espectacular en su primavera‒ y la Asociación Iberoamericana de Derecho Romano han sido testigos de lo que afirmo. A estos sitios se viene a trabajar, pero también a cultivar buenas relaciones personales y académicas. La inmensa mayoría de los foros a los que he acudido en mi vida académica han sido así; de ellos han nacido nuevas sinergias, tan beneficiosas en cualquier ámbito profesional y tan edificantes y enriquecedoras en lo humano. Y es que la profesión universitaria es cualquier cosa menos solitaria; si no es social y abierta a aprender de los demás se hace miope y torpe.
Lo tercero con lo que me quedo
ha sido que todo lo anterior ha abierto el Derecho romano a personas que, desde
distintos ámbitos, han visto de cerca nuestra forma de trabajar y sus
resultados. Abogados, jueces, notarios, registradores de la propiedad han sido
un poco romanistas por unos días. Hemos salido del armario, sin complejos y en
latín. También frente a la sociedad en general y nuestras autoridades
académicas en particular. ¿En latín?, pues claro, también en latín. Ni el
latín, ni Roma y su Derecho están tan lejos, basta excavar medio metro. A
veces, basta escavar, sin x y sin hundir la pala siquiera.
Dejo para el final lo más sustancial:
más de veinte estudiantes nos han ayudado a gestionar el Congreso, han
convivido con nosotros, sus profesores. El futuro está a la vuelta de la
esquina. Ya peinamos canas. A ninguno les he visto cara de susto, sino más bien
de todo lo contrario. Las res inventae in
litore maris, que el océano ha arrojado tras la resaca, se adquieren por
ocupación. Aquí están, a disposición de quienes ‒más pronto que tarde‒ se
tienen que convertir en sus nuevos titulares, por traditio o, como son res
mancipi por ser esenciales y no estar destinadas al tráfico ordinario, por mancipatio o in iure cessio. No vaya a ser que transmitamos sólo la posesión.
Bernardo
Periñán Gómez
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