Cuando nadie nos ve

¿Qué hacen los profesores cuando termina el curso y ponen sus calificaciones? Pues, normalmente, estudiar, con permiso de las obligaciones burocráticas, claro. La vida de los profesores cambia radicalmente al terminar el periodo docente, a veces concentrado en un cuatrimestre. El resto del año debería ser para estudiar y publicar, como dice Pomponio que hacía el gran Labeón, fundador de la escuela proculeyana: Totum annum ita diviserat, ut Romae sex mensibus cum studiosis esset, sex mensibus secederet et conscribendis libris operam daret, D. 1,2,2,47, Pomp. enchir., “Había dividido el año de modo que estaba seis meses en Roma con sus discípulos y los otros seis meses se retiraba y se daba a la tarea de componer sus obras”.



Si observamos el texto de Pomponio, vemos que se resalta el deseable equilibrio -incluso temporal- entre las dos tareas fundamentales del estudioso: enseñar y crear. La primera la hacía el jurista en Roma, en pleno bullicio de la Urbe, rodeado de sus discípulos y dedicado solamente a ellos y a los problemas que darían lugar a la reflexión jurídica posterior. La segunda tarea se desarrollaba -hay que suponer- fuera de Roma, pues el jurista se retiraba (secederet) y, privado de distracciones, se daba a la labor de escribir libros (conscribendis libris operam daret). Claro, para Pomponio, jurista del s. II con tendencia a lo pedagógico y consciente de su papel muy secundario en la historia de la Jurisprudencia romana, Labeón es una figura venerada, un modelo a imitar. Representaba además al jurista libre de ataduras funcionariales y, lo que es peor, políticas, que restarían libertad a su criterio y le añadirían preocupaciones mermando las energías que debía dedicar a su tarea principal, que era cultivar la iurisprudentia. Labeón es el jurista puro, que enseñaba y estudiaba, aunque había sido pretor y conocería bien el sabor de la potestas. Abonaba así esa auctoritas que proyectaba más tarde sobre los studiosi, pero también sobre la sociedad en general, incluyendo a magistrados y a jueces.

En otras palabras, lo que Pomponio viene a decir entre líneas es que el prestigio se obtiene en los seis meses en los que -Alejandro Sanz dixit- “nadie te ve”. Entonces es cuando puedes y debes dedicar tus mejores energías a ser mejor profesor que el año anterior, a poner por escrito las enseñanzas que el curso que ha terminado ha ido dejando en ti mientras tú mismo enseñabas, aprendiendo del debate y del propio esfuerzo por hacerte entender. Como los ciclos del año, la vida del académico reclama las dos actividades de forma alternativa e imbricada: enseñar y estudiar, y aquí está muy claro que el huevo es antes que la gallina. 

Siempre que en clase se trata el tema de los juristas romanos, llamo la atención sobre la importancia social de esta función y provoco el debate acerca de si hoy existen juristas o no, es decir, sobre si en algo influimos los que estudiamos y enseñamos Derecho al margen del poder. En Roma, los juristas nacen en el entorno abierto de la República, que es la experiencia más democrática que conoció el mundo antiguo. Es un sistema político abierto por ser permeable a la influencia del saber jurídico no oficial en la configuración de las normas, hasta el punto de que se considera hoy que los jurisprudentes fueron fuente del Derecho romano en el periodo al que llamamos clásico y, por tanto, modélico. No hay duda de que esta influencia suponía un riesgo para el poder, de ahí que en el Principado fuera una constante la idea de cercenar la libertad creadora de quienes se dedicaban a estudiar y a enseñar Derecho. En nuestros días, el Derecho sigue siendo un saber peligroso, controlado en los regímenes totalitarios, mientras otros muchos saberes -menos influyentes- se cultivan sin obstáculos políticos.    

Cuando nadie nos ve nos dedicamos a empollar, a calentar la silla, a vivir bajo el flexo, a poner en común nuestras ideas con los colegas. Los que podemos y en la medida en que podemos asistimos y organizamos reuniones y congresos, conocemos otras universidades y formas de trabajar. Y nos dedicamos con ilusión a esperar que el septiembre próximo, la iuventus cupidae legum, como llamaba Justiniano a quienes se iniciaban en los estudios jurídicos con ansia de saber, tenga delante a un profesor mejor. Ojalá en un mundo en paz. Mientras, ensalcemos el trabajo bien hecho y afanémonos para que el propio lo sea.   

                                                                                                                              Bernardo Periñán

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