Una experiencia personal
Me
inicié en los estudios de latín y griego en el Bachillerato. Se me abrió una
realidad hasta entonces ignota y profunda. El adolescente de quince años que yo
era había oído hablar del latín, mal: “lengua de curas; difícil; no vale para
nada”; y otros despropósitos que se perpetúan con una apabullante falta de
originalidad.
Todo
aquel andamiaje de “absurdeces” se desmoronó en los primeros meses de clase: la
lengua latina, la historia de Roma, sus logros y conquistas de cualquier orden,
¡eran los nuestros!
Tanto
me impactó aquel descubrimiento que quise saber más; y, tras acabar el
bachillerato, estudié y me licencié en Filología Clásica. Confirmé lo que ya
sabía, pero ampliado y corregido con el arte, la mitología, la ciencia…; por
ejemplo, sus obras de ingeniería, que conectaron Europa con calzadas, que eran
las autopistas de su época “todos los caminos llevan a Roma”; su puentes, que
salvaban ríos de un caudal imposible y que desprecian el paso del tiempo,
impasibles, al lado de los modernos, derruidos por las inclemencias naturales;
sus avances en ciencias naturales, como evidencia Plinio el Viejo, y así ad nauseam. Me parecía estar asomándome
a un pozo sin fondo.
Y cumplidos
los treinta años, di un giro a mis inquietudes académicas y estudié Derecho en
la UNED. Lo último que yo esperaba era encontrarme con una asignatura como el
Derecho Romano. También antecedido con el marchamo de difícil e inútil. Curioso,
risum teneatis, que unos individuos,
las más de las veces ignorantes cartesianos, “pijiprogres” de salón, tarugos
sin cualificación, califiquen de inútil
lo que ni siquiera atisban a entender. Así nos va.
Pero
vuelvo a mis estudios de Derecho; en mi avance en otras materias fui
descubriendo el Derecho de Roma en nuestro Derecho Civil, en parte del Penal, en
el Derecho Constitucional, en el Derecho Natural…
Esta
asignatura, el Derecho Romano, me dio la
visión global que me faltaba para entender el significado de lo que Roma es
para la Humanidad. Llámalo iluminación, “satori” o despertar. Se cerraba el
círculo: Roma era grande verdaderamente no sólo por lo arriba dicho, ¡sino
sobre todo por el Derecho! Todo el Derecho occidental, y parte del oriental, es
Derecho romano. Nótese que digo “es” y no “procede”, porque a las cimas que
Roma llevó el arte y la ciencia de regular la convivencia no ha llegado nadie.
Por supuesto que todos los pueblos y sus civilizaciones han regulado esa
convivencia, aunque sólo sea como un medio de sobrevivir. ¿Tú ves en tu Derecho
algo del Derecho mesopotámico, egipcio, persa, azteca, maya, chino, japonés, griego
incluso, u otro cualquiera de la Antigüedad? Ni lo verás. Asómbrate: separación
tempranísima de religión y Derecho, primer Derecho codificado, un sistema
procesal garantista hasta límites que no se volverían a ver en más de un
milenio, el testamento, un afán único por transmitir y perpetuar conocimientos,
son sólo algunos de sus logros sin parangón.
Siguen
estudiándose las causas de esa conjunción de condiciones que propiciaron este
fenómeno: v. gr., su genialidad en renovarse sobre los conocimientos adquiridos
por sus predecesores, merced a la labor de una figura única e irrepetible en la
historia de la Humanidad, el jurista. Y su visión “heraclitiana” de que el
Derecho es un producto vivo que cambia y necesita de adaptaciones de continuo;
ahí la labor del pretor y su edicto. No tardaron demasiado en darse cuenta de
que ellos eran el pueblo del Derecho y no sólo de la dominación, como dijo
Virgilio: “."Tu regere imperio populos, Romane, memento/
hæ tibi erunt artes, pacique imponere
morem,/ parcere subiectis et debellare superbos" (“Acuérdate, romano,
de gobernar a los pueblos con tu poder/ y de imponer tu norma a la paz, estos
serán tus instrumentos: perdonar a los sometidos y combatir a los soberbios”).
Pero no es este escrito un texto doctrinal ni académico; sólo pretendo compartir con Uds. mi admiración por esa Roma y su civilización que desde las últimas reformas educativas los distintos gobiernos se empeñan en minusvalorar y empequeñecer. Las razones ya las expuse en mi anterior entrada en este blog. Solo abundaré en una. Si retiramos de cualquier ser, objeto o pensamiento su esencia, ¿qué nos queda? Si nos retiran Roma, y Grecia, que es nuestra esencia, ¿en qué nos quedamos? Reivindiquemos que somos herederos de quienes somos y sintamos el orgullo de saber y entender que Roma, Derecho incluido, no es que viva en nosotros, es que somos nosotros, aunque quieran hurtártelo. Me quedo con dos notas de las que el Derecho Romano hizo gala: “construir sin destruir” y “preservar para transmitir”. Ave atque vale.
Juan Carlos Tello
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