De la UPO a la Fiscalía, pasando por Roma

     Tras la sequía del 92 al 97 y después de superar los cinco suspensos que me dieron en junio en COU, logré entrar en la Licenciatura de Derecho, en septiembre de 1997. Ya ha llovido, aunque la gente del campo siempre ponemos pegas a ese asunto, por exceso o por defecto.

    Mi nombre es Antonio José Muñiz Antequera, soy Licenciado en Derecho por la Universidad Pablo de Olavide, de Sevilla, y Fiscal desde el año 2008. Actualmente desarrollo mi profesión en la Fiscalía de Área de Dos Hermanas. Además, desde el año 2011, soy también Profesor Asociado de Derecho Procesal Penal, en la UPO. 

     Desde mi profundo aprecio, admiración y respeto a mi maestro y amigo D. Bernardo Periñán, os dejo algunas remembranzas de mi etapa universitaria, encadenándolas con algunas reflexiones como Fiscal.

        Recuerdo con precisión que en el Aula 2 del Edificio 7, en la primera fila, nos sentábamos por este orden: Vanesa, Inma, Chiqui, Ángela, Rafa Sestelo y yo (yo siempre al lado de la puerta de salida, para no perder el autobús a mi pueblo, Los Palacios). La última clase de la tarde era la de Derecho Romano. Si alguna tarde había barrilada, nos metíamos en las clases de 18 a 19 h., nada más, o faltábamos, porque entiendo que la causa era justificada. Bernardo, ruego que nos perdones, y nos tengas en cuenta la posible prescripción del hecho, pero fueron muy pocas.

         Muchos de los conocimientos de Derecho romano se me han quedado grabados, tras haberlos utilizado años más tarde en los temas de Derecho civil en las oposiciones, como la definición de la obligación de Paulo (Obligatio est iuris vinculum quo necessitate adstringimur ad aliquid dandum vel faciendum vel praestandum) o la extensión de la ciudadanía Romana en el año 212, por un Edicto promulgado por Caracalla, que hoy día nos ayuda a comprender la cambiante realidad social en la que vivimos.

           Pero quizá lo más importante que aprendí fue el papel de los juristas quienes, desde su auctoritas -desde su prestigio fruto del estudio y la dedicación- asesoraban a los magistrados, que “sólo” tenían potestas, es decir, poder político. El prestigio queda en quien lo tiene, mientras que el poder pasa y se pierde cuando su titular deja de ostentarlo. Nada le queda a quien tiene potestad sin autoridad, pero el individuo verdaderamente valioso para la sociedad es quien tiene prestigio sin poder.

            En definitiva, me gustaría trasmitir a través de estas pocas líneas que una buena formación abre muchas puertas, abre la mente a nuevos retos y, como una cosecha, requiere el esfuerzo de arar la tierra, abonarla, sembrar y regar. De eso se trata en Derecho Romano, de abrir a mente de quien quiere ser jurista, nutrirla y darle las herramientas para que se siga desarrollando sobre una base sólida. La cosecha ya es cuestión de cada uno, y de la lluvia…  

                                                                                            Antonio J. Muñiz Antequera

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