Una experiencia personal
Me inicié en los estudios de latín y griego en el Bachillerato. Se me abrió una realidad hasta entonces ignota y profunda. El adolescente de quince años que yo era había oído hablar del latín, mal: “lengua de curas; difícil; no vale para nada”; y otros despropósitos que se perpetúan con una apabullante falta de originalidad. Todo aquel andamiaje de “absurdeces” se desmoronó en los primeros meses de clase: la lengua latina, la historia de Roma, sus logros y conquistas de cualquier orden, ¡eran los nuestros! Tanto me impactó aquel descubrimiento que quise saber más; y, tras acabar el bachillerato, estudié y me licencié en Filología Clásica. Confirmé lo que ya sabía, pero ampliado y corregido con el arte, la mitología, la ciencia…; por ejemplo, sus obras de ingeniería, que conectaron Europa con calzadas, que eran las autopistas de su época “todos los caminos llevan a Roma”; su puentes, que salvaban ríos de un caudal imposible y que desprecian el p